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¿EL ATARDECER DE LA GLOBALIZACION?

Columna de opinión del profesor Fanor Larraín V., Director del Programa Asia Pacífico de la PUCV.

En los años 80 se impuso el principio que la mejor ruta para la prosperidad económica eran el libre comercio y los mercados abiertos. Este principio iba de la mano de regímenes democráticos. Después de casi 40 años pareciera que este supuesto comienza a perder su validez: hoy cada vez más “naciones” no están dispuestas a sacrificar el interés nacional por el crecimiento global. Los líderes anuncian agendas nacionalistas y “autarquías” que resguarden la seguridad de los ciudadanos especialmente cuando la inestabilidad global y la incertidumbre económica crecen. Los líderes cierran sus fronteras a flujos migratorios y al flujo de bienes y servicios.  La arquitectura liberal mundial basada en libre mercado+ democracia tambalea y empieza a ser descartada y  reemplazada por nacionalismos resurgentes y el mercantilismo  proteccionista.

La guerra comercial entre USA y China describe el inicio de este nuevo ciclo del capitalismo con dos líderes “exóticos”: Xi Jinping, un Nuevo Emperador para China, y Mr. Donald Trump, un macho, extravagante, ultranacionalista. 

Algunas democracias occidentales exceden lejos cualquier comedia absurda. Pareciera que el sistema político democrático está en duda por su creciente descomposición dando paso a líderes populistas. Crecen en el mundo las “soluciones rápidas” y autoritarias por ser más efectivas y populares: Es el caso del culto a la personalidad y el correspondiente abandono de la ley y derechos civiles (China, Filipinas, Venezuela). También “purificaciones” etno religiosas (Hungría, Myanmar) o simplemente guerras distractivas (Turquía, Rusia).

¿Qué hipótesis plausible explica este resurgimiento de este “encierro” de las naciones? Los ciudadanos reclaman contra las instituciones del estado, los políticos corruptos, “el peso de la historia”. Esto es comprensible de entender considerando que los órganos que formaron la conciencia política moderna, la educación pública y los medios de comunicación, surgidos en el siglo XIX tenían todos como ideología central el destino nacional. La llamada “política” se hace y se entiende sólo dentro de los estados soberanos, todo lo demás son “relaciones internacionales” aún en esta era de integración financiero-comercial y tecnológica. La vida política de los estados sigue siendo un asunto separado y mantiene sus límites a pesar que todos los países están sometidos a las mismas presiones globales. La inestabilidad y las turbulencias mundiales sacuden a los estados incapaces de controlar estas fuerzas con la consiguiente pérdida de autoridad y sucesivas crisis de legitimidad. El mejor caso que ilustra esta situación es la corrupción generalizada en América Latina producto de una transnacional en la industria de gran infraestructura de proyectos (Oderbrecht).

Las reacciones a la pérdida de poder de las autoridades políticas, produce los nacionalismos tan en voga hoy en día y reviven la xenofobia y la promesas de “restauración nacional”. Todos ellos indicadores de la decadencia política y moral de la cual no pueden salir. Las estructuras políticas del siglo XX se ahogan en el mar del siglo XXI con tecnologías autónomas, finanzas desreguladas, militancias religiosas y gran rivalidad entre las superpotencias. El resultado es un “desencanto” generalizado con el “estado-nación” que es incapaz de controlar los flujos de dineros y a las “elites financieras especuladoras y sin bandera” que consideran natural y obvio la posibilidad de evadir impuestos.

Hay claramente un desajuste entre la economía, la política y la información que estuvieron organizadas a escala nacional. Después de décadas de globalización la economía, las finanzas y la información han crecido más allá de la autoridad nacional de los gobiernos y del control de organizaciones internacionales. Éstas sin muchas herramientas para hacer cumplir “recomendaciones”, transformadas en entidades burocráticas mundiales inoperantes, ineficientes y cada vez con menos legitimidad.

A la desintegración de la Unión Soviética apareció la ilusión colectiva que el capitalismo había alcanzado su apogeo. Era exactamente al revés. Comienza un período de grandes conmociones y huelgas, el “estado bienestar” es sólo historia y en Oriente aparecieron formas de explotación que eran propias del siglo XIX.

Es difícil poder predecir cuál será la futura arquitectura política mundial considerando que por procesos de sustitución tecnológica (robot) un 50% de la población activa perderá su trabajo en los próximos 20 años. El fin del capitalismo inspira nada más la esperanza de su transformación en formas nuevas más humanas. Este ejercicio es más bien doctrinal y forma parte de una teoría marxista de la historia, otro artefacto arqueológico para el museo de las ideas.

El capitalismo sobrevirá muchos siglos y deberá en los próximos decenios superar tres amenazas pendientes: el desequilibrio del sector financiero en relación a otros ámbitos de la economía que provocan enormes deudas y especulaciones irresponsables; los problemas sociales y ecológicos producto de algunas políticas neoliberales ortodoxas que crean grandes desigualdades. Por último, las posibles guerras y cambios climáticos. La globalización adoptará otras formas llevada de la mano por los grandes especuladores financieros y el infinito avance tecnológico.

FLV/abril 2018