Escuela de Trabajo Social
Éric Sadin Se Rrfirió a las implicancias y consecuencias en la vida cotidiana de la Inteligencia Artificial Generativa
El filósofo francés reflexionó sobre cómo esta tecnología puede homogeneizar las culturas y entorpecer la libertad, creatividad y curiosidad por aprender de los estudiantes en la inauguración del año académico de la Escuela de Trabajo Social
Hacia una enseñanza sin alma. Así podría evolucionar la educación si es que la Inteligencia Artificial Generativa (IAG) sigue ganando terreno entre los estudiantes, quienes podrían perder su capacidad de sorprenderse, de ser críticos, creativos y admirar a otros si utilizan esta tecnología sin cuestionamientos.
Esa es una de las reflexiones que hizo el filósofo francés, Éric Sadin, en la inauguración del Año Académico de la Escuela de Trabajo Social PUCV, encuentro que contó con la participación de estudiantes de pre y post grado, académicos de distintas unidades académicas y público general que llegó hasta el Salón de Honor de la Casa Central para escuchar al ensayista, en una disciplina que desde su irrupción ha generado controversia, especialmente por su capacidad de crear verdades y de influir en la toma de decisiones de las personas.
Sadin destacó que la sociedad es responsable del mundo que heredarán quiénes vendrán después. “¿Qué vamos a hacer cuando nuestros hijos nos pregunten por qué tienen que ir a la escuela si todo el conocimiento está ahí disponible y sin esfuerzo?”.
Según este filósofo, con la IAG se busca imitar el lenguaje humano, pero como si fuera un continuo y a partir de un análisis matemático; pero en la vida real no funciona así. “El lenguaje no es matemática, la persona cuando habla no sabe qué va a decir después”, destacó, en referencia a la capacidad de algunas aplicaciones para predecir lo que el usuario quiere escribir en un chat, por ejemplo.
Para Sadin el lenguaje no es correlación ni probabilidades utilitaristas, sino que permite a los humanos realizar asociaciones, elegir las palabras y las ideas; pero con la IAG esa capacidad se pierde, lo que iría en contra de la cultura y la biografía de las personas.
Esta nueva tecnología podría determinar nuestros gustos, influenciar la adquisición de bienes materiales y moldear nuestra opinión sobre diferentes temas. Las personas se transformarían así en “robots biológicos”, lo que podría afectar el futuro de algunas profesiones de servicios, las que podrían ser reemplazadas por “robots tecnológicos”, los llamados super asistentes. “En vez de ir al médico me podría analizar una máquina y recetarme un medicamento”, destacó el filósofo.
¿Y cómo evitar este futuro tan desolador? Éric Sadin no tiene esperanzas en la regulación de la IAG a través de leyes nacionales debido al gran poder de lobby que tienen las empresas del área, sin embargo, considera que una alternativa es movilizar a las sociedades para que tengan una visión crítica de este fenómeno y sean capaces de discernir y entender que este sistema puede llevar a la desconfianza, a no creer en el otro porque no se podrá distinguir entre lo real y artificial.
Sadin hizo un llamado, especialmente a las instituciones de educación y a los gobiernos, a realizar seminarios y encuentros para debatir sobre la IAG, para analizar las consecuencias y buscar en un dialogo abierto y reflexivo la mejor manera de enfrentar su avance.